13 mar 2010

Into the Wild


HAPPINES ONLY REAL WHEN SHARED

Con Eddie Vedder cantando unas canciones de otro mundo, disfruté de una película fuera de lo común. Es de Sean Penn, sabemos que siempre está en la vereda de enfrente, con lo cual no debería llamarme la atención su crítica a la sociedad de consumo norteamericana.
Por una cadena de recomendaciones y las maravillas de la comunicación-en-tiempo-real de internet, vi un dia Into The Wild sola, y se lo comenté a mis amigos de Santa Fe (quienes ya la habían visto) y a los de Rosario (quienes la verían dos días después). Hay opiniones encontradas, pero a la gran mayoría nos pareció excelente. Como película, como historia, logra su cometido: dispara emociones y reflexiones de todo tipo.
Hace unas semanas con el co-autor de este blog, D-pló, vimos "Las flores del cerezo" y halábamos justamente del poder que tienen ciertos directores al permitirte movilizar un montón de cosas con sólo una imagen o un diálogo entre actores extraños que se vuelven cómplices. A mi Into The Wild me generó eso.
Quizás sea un agravante su contenido filosófico-político, que es particularmente algo que me gusta y me interesa, o ese romanticismo (en su sentido literal) que todos tenemos latentes pero reprimimos para continuar con nuestras vidas en una sociedad. Es esa es más o menos la idea de la película para mi. No les voy a contar el final.
Sospecho que todos lo habremos sentido alguna vez, pero voy a hablar por mi misma: un día, un par de días, cada tanto, dan ganas de no ser parte de un colectivo; dan ganas de no estar midiendo lo que decimos/hacemos/queremos decir/queremos hacer por estándares impuestos, sino irnos a un lugar afuera de algo. Después volver, claro, con las pilas recargadas y una cuota extra de opinión crítica.
¿Es posible eso realmente? No sé si es posible, de hecho creo que no...

1 mar 2010

El Perdón.

Durante mucho tiempo respondí automáticamente "sólo Dios perdona" a cualquier intento de pedido de perdón. Ni siquiera era algo en lo que realmente creía; Dios, la capacidad divina del perdón, la existencia de un juicio final...
Me había vuelto tan escéptica que a cada pedido de perdón, ninguno de los cuales sentía que fuera genuino, respondía con una frase hecha que terminé por creer. La gente pide perdón por cualquier cosa; usa la misma simple palabra para remendar desde un choque accidental con un desconocido en la vorágine de la calle hasta romperle el corazón a una persona que te ama. Siempre perdón, y no siempre sincero.
Tener la capacidad de perdonar es un don extraordinario. No todos lo tenemos, aunque nos lo arrogamos. Decimos haber perdonado a alguien pero le guardamos rencor. Eso no es perdonar, no se construye nada bueno desde el falso perdón.
¿A quién engañamos, entonces?
Todos estos planteos me llevaron a descreer en el verdadero sentido del perdón. Quizás también alguna que otra desilusión, esperar un perdón que nunca llegó y que expone un desinterés doloroso, quién sabe.
Sin embargo, en estos últimos días algunas señales se presentaron ante mis certitudes. Hay veces que es necesario abandonar la trinchera de las seguridades que construí desde la razón.
Leyendo a Hannah Arendt (*) me encontré ante la triste certeza que tiene alguien cuya vida entera, intelectualmente hablando, se basa en el escepticismo. Sólo salva al hombre el perdón, lo salva de vivir en un mundo de la irreversibilidad de los hechos, de la incapacidad de deshacer lo hecho aunque no supiera lo que estaba haciendo. Podría dejarse arrastrar por esa realidad inconmensurable y rendirse ante el presente, o detener su marcha perdonando.
Hoy (no tanto ayer, no podría asegurarlo mañana) creo que sí existe el Perdón, y que es necesario.


(*) Hannah Arendt, "La condición humana".