3 abr 2011

De colonias y metrópolis

El mundo del cine ha explotado la temática colonial desde varios ángulos y con mayor/menor profundidad. En este caso voy a referirme a dos películas franco-africanas de 2010, que tratan dos historias diferentes pero con ciertos puntos de contacto: Hors la loi (Fuera de la ley), film franco-argelino que compitió como mejor película extranjera por los premios de la Academia; y Un homme qui crie (un hombre que llora), producción franco-belga-chadiana.

Lo que encuentro especialmente atractivo de las películas por fuera de las mainstream, llámese independientes, cine europeo, o como sea, es que son pequeñas historias en las cuales el director dispone de tiempo y espacio para que el espectador pueda empaparse de la historia, mimetizarse con la forma de pensar de los personajes, comprender su idiosincrasia (a veces) y apreciar su idioma. Últimamente no paro de prestar atención a la cuestión idiomática en el cine europeo. En Bucarest 12:08 por primera vez escucho hablar en rumano, y encuentro muchas palabras latinas, un parecido sorprendente con el italiano (que destacó Dipló) y expresiones típicas del alemán.

Hors-la-loi no es la típica película europea. El timing que maneja el director por momentos es pausado, por momentos es más rápido al estilo de las grandes ligas del cine. En cambio, la cuestión idiomática es fascinante: la constante confusión del francés y el árabe en Argelia, y luego en el corazón de la metrópoli (Paris) habla por sí misma. Son argelinos, nunca van a ser franceses ( y lo que le da un valor especial es que la película transcurre en los años en que la lucha por la independencia argelina no había finalizado). Hablan el francés como lengua oficial, es la lengua que les enseñan en las escuelas, la lengua que deben utilizar si realizan trámites, pero su lengua materna es el árabe y en la intimidad del hogar, el núcleo de pertenencia y de identidad primaria, son árabes.

Un homme qui crie sí tiene el ritmo típico de la película europea, que por ahí hasta me hace acordar a los silencios incómodos de misa. Quizás faltó algo para terminar de darle la vuelta a cada personaje, pero tampoco seamos vagos, podemos ponernos un poco en su lugar y apelar a nuestras herramientas y veremos que son el reflejo de una sociedad al borde del abismo en un país sumergido en la Guerra Civil, donde la pobreza (extrema) contrasta con una pretendida modernización al estilo capitalista. Chinos que compran resorts, chadianos que quedan sin trabajo a los 50 años, jóvenes sin un futuro cierto.

Especialmente sorprendente es la naturalidad con que el protagonista le pregunta a Djénéba de dónde viene, de Mali. África central es un mosaico de países en crisis constante, con desplazados internos y flujos migratorios. Chad, donde transcurre esta película, limita al suroeste con la problemática región de Darfur, que concentra la atención internacional por la cantidad de desplazados internos y los horrores de una guerra sin tregua.

En esta película también se confunde el francés con el árabe. Y más que en hors-la-loi se nota la impronta colonialista de la francofonía, dado que el francés es una lengua de autoridad: se habla francés con el jefe, con el ejército, con los apenas conocidos. Tan pronto como nos acercamos a un nivel de mayor confianza y cotidianeidad, los personajes hablan en árabe: con su mujer, con su hijo, con aquel que considera un amigo en el ambiente de trabajo, con la vecina que siempre viene a manguear algo.

Si aún hoy, a 50 años de sus independencias, el cine (como expresión artística) nos muestra que persisten sociedades con estas dualidades, no debería sorprender a nadie una película como “Entre les murs” (2008). Francesa de pura cepa, reproduce esta dualidad en un salón de clases en el último arrondissement parisino. Son alumnos franceses, hijos de inmigrantes de ex colonias que hablan sus propias lenguas y tienen sus propios códigos.

El cine francés cuenta con tantos detractores como amantes (entre los que me cuento), pero si algo no podemos dejar de destacar, es que en una sociedad (y una clase política) a la que siempre miramos de reojo con un halo de desconfianza – por su histórica hipocresía en el tratamiento de la cuestión colonial – todavía se abren espacios para reflexiones como ésta.

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