Pareciera que pasó mucho tiempo desde que se leía por doquier el avance de la izquierda en América Latina, después de una década (y monedas) de gobiernos liberales confesos, asumió en 2003 en Brasil la presidencia un ex líder sindical del sector metalúrgico de Sao Paulo: Lula. Fundador del Partido de los Trabajadores (PT) y vinculado en su juventud con la izquierda que resistía al poder de turno, perdió tres veces la carrera por la presidencia, en 1989, 1994 y 1999.
Con escepticismo se recibió a este nuevo gobierno, y pronto todos se enamoraron de este gordito simpaticón, que cambió la remera por el traje y recibió el mando presidencial de Fernando Henrique Cardoso (que merece una nota al pie casi tan larga como este texto entero). El modelo Lula se convirtió en una marca registrada. Elegido personaje del año por diversos medios periodísticos, de diversos países y en repetidas oportunidades. Su política económica se jacta de haber sacado a 50 millones de brasileños (más que la cantidad de habitantes argentinos) de la pobreza absoluta, fue la cara visible del Brasil potencia emergente que negocia en la mesa chica de los principales regímenes internacionales. Aunque ya no esté en la presidencia, el modelo Lula sigue vigente en Dilma Rousseff.
¿Cómo no querer aprender algo de este modelo? ¿Cómo no querer aprovechar sus ventajas? Es así que tenemos hoy dos casos patentes de candidatos presidenciales de países latinoamericanos que, emulando a Lula, se pusieron el traje. El primero de ellos fue en 2009 José “pepe” Mujica, candidato del Frente Amplio a la presidencia de Uruguay, que en plena campaña asumió que la primera vez en su vida que se ponía un traje era para visitarlo al presidente brasileño. No es una metáfora, "Si será grande Lula que hasta traje y corbata se puso; eso sí que es heroico", dijo el pepe.
El Pepe, ex guerrillero Tupamaro, asumió la presidencia uruguaya.
El modelo Lula termina de confirmarse como una marca en estos días, cuando el Diario El País publica una nota sobre el cambio de perfil del candidato a Presidente en Perú, Ollanta Humala titulada “La metamorfosis de un caudillo”. El ex militar peruano se candidatea por segunda vez, y aconsejado por el asesor de Lula, João Santana, cambió su imagen y se puso el traje. En 2006 se lo vinculaba estrechamente con el modelo bolivariano de Chávez y un nacionalismo férreo basado en su retórica anti-neoliberal y su militancia en el Partido Nacionalista Peruano. Hoy se muestra moderado, enviando mensajes de tranquilidad a los inversionistas extranjeros. La segunda vuelta electoral (que lo enfrenta con la hija del ex Presidente Alberto Fujimori, contra el que Humala lideró un levantamiento en sus años de militar en 2000) nos develará si este modelo es tan exitoso como parece, o no.
Aún a riesgo de caer en simplificaciones y lecturas superficiales, cambiar la imagen de un político en campaña no es sólo retórica y carisma en la tele. Implica mucho más. Bajar el nivel de confrontación, acordar con sectores que otrora estaban en la vereda de enfrente, abandonar (¿parcialmente?) la ideología de la juventud y volverse pragmático. Esas parecieran ser las lecciones sobre la mesa, que las tome el que las quiera tomar.
* El dato de color: el traje que usara Lula para asumir la presidencia en 2003 fue subastado por U$S 285.ooo
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